Caso 96052 4 pts. (15 calificaciones) Cía: UNAM03/11/14

Amarga experiencia en la UNAM

Categoría: Educación y Formación / Universidades

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Antes de iniciar, quiero aclarar que este escrito no tiene la intención de demeritar, atacar o hablar mal de la Universidad Nacional Autónoma de México, sino contar mis experiencias en ella de tal forma que sirva de información para aquellos que en la actualidad o en el futuro la necesiten. Siempre he pensado que “cada quien cuenta cómo le fue en la feria” y estoy totalmente consciente de que no poseo la verdad absoluta. Habiendo aclarado esto, comenzaré.

Una de las mayores decisiones en la vida de cualquier individuo es elegir qué carrera estudiar y dónde hacerlo. Constantemente, esta responsabilidad genera un gran estrés y preocupación en los jóvenes de 17 o 18 años que están próximos a terminar la preparatoria, y yo no era la excepción. En el primer semestre del año 2013 estaba por egresar del Colegio Las Hayas y estaba hundido en un mar de dudas sobre qué estudiar y en dónde. Siempre había tratado de obtener las mejores calificaciones de tal forma que pudiera alcanzar una buena beca en una buena universidad, pues estaba al tanto de lo caras que éstas pueden llegar a ser y de lo complicado que podía ser para mis padres pagar mi educación en una de ellas.

Fue entonces cuando encontré en varios rankings lo que para mí simbolizó una solución perfecta a mis problemas: La UNAM. Ésta estaba posicionada en el primer lugar de las universidades que impartían las 2 carreras que me interesaban: Arquitectura e ingeniería civil, y lo mejor de todo: era gratis. El único obstáculo era pasar el difícil examen de admisión, el cual, sólo el 10% de los aspirantes logra aprobar. Afortunadamente, estudié lo suficiente para superar dicho examen y tener acceso a los mejores estudios en la “mejor universidad de Latinoamérica”. Mi felicidad era indescriptible, estaba a punto de comenzar a cumplir mis sueños.
Pasó el tiempo y por fin llegó el primer día de clases. Recuerdo no haber podido dormir casi nada la noche anterior debido a los nervios y la emoción. Sabía que no iba a ser fácil estudiar en la “Máxima Casa de Estudios” pues si era la mejor del país, también debía ser la más exigente. No pude estar más equivocado. Mis maestros parecían no saber mucho de los temas que enseñaban, se presentaban a clase casi siempre con un importante retraso o de plano no asistían, no encargaban tarea y jamás programaban exámenes. Estaba muy confundido. ¿Cómo era posible que una carrera tan difícil como ingeniería civil resultara ser tan sencilla en la mejor universidad de México? ¿Cómo podía ser que los maestros fueran tan poco profesionales y exigentes?

Llegó un punto en el que me harté de ir a clases. No estaba aprendiendo nada, sólo iba a calentar el pupitre. Lo único que aprendí en ese período fue gracias a que me sentaba en la biblioteca a explorar los libros de la facultad. Caí en una profunda depresión. Había estudiado mucho para poder ganar mi pase a “la mejor universidad de México” pero tal parecía ser que había llegado a una universidad “barco”.

En ese período me di cuenta que ingeniería civil no era lo que quería estudiar, sino arquitectura. Así que volví a investigar en revistas, artículos en internet y demás dónde era la mejor opción. En todas, absolutamente todas encontré la misma respuesta: La UNAM. Por debajo de la UNAM se encontraban escuelas como la Universidad Iberoamericana, la Universidad De Las Américas y el Tecnológico de Monterrey que yo sabía que a pesar de obtener beca, mis padres no podían pagar. Mi única opción era entonces la UNAM nuevamente. Volví a concursar el año siguiente en el examen de admisión y obtuve uno de los resultados más satisfactorios de mi vida; conseguí el primer lugar nacional entre los aspirantes a Arquitectura.

Estaba inmensamente feliz, estaba convencido de que la amarga experiencia anterior había sucedido para que pudiera llegar a donde me encontraba en ese momento y así encaminarme por el rumbo correcto. Nuevamente me equivoqué. La misma historia: malos maestros, clases y actividades que los profesores parecían sacarse de la manga, una desorganización tremenda y cero exigencias. Fue entonces cuando comencé a hacerme muchas preguntas: ¿Por qué si la UNAM es lo mejor de México y es gratis, nadie ni siquiera la considera entre sus opciones ni intenta hacer el examen? ¿Por qué si aquí se encuentran los mejores profesores y aquí se forman los mejores profesionistas de la nación, todos se esfuerzan en encontrar una forma de pagar las elevadas colegiaturas de las universidades privadas?

Hundido en una profunda decepción y tristeza, acudí a pedir un consejo a uno de los cuatro maestros que conocí en mis dos períodos en la UNAM que realmente sabían lo que era enseñar, que les interesaba el aprendizaje de las nuevas generaciones y que, por lo tanto, se ganaron mi respeto. Él había estudiado en la UNAM hacía medio siglo, cuando según él, “la escuela todavía era escuela”. Le platiqué mis experiencias y mi sentir. Al hacerlo, él parecía no estar sorprendido por todas las cosas que le contaba sobre los maestros y el nivel académico.

Me interrumpió y me dijo: “Quiero hablar más a fondo contigo de esto, ven mañana a mi despacho para que podamos platicar con más calma”. Al día siguiente me recibió y me contó muchas cosas, cosas de las que lo que más resaltó, fueron estas frases: “La Facultad está j*dida, j*didísima desde hace tiempo y ya no sé si exista reparación”, “Si yo tuviera el poder, lo primero que haría sería correr a ¾ de los maestros y ¾ de los alumnos. Es un desmadre”, “Eres de esos alumnos que difícilmente se encuentran en la actualidad en la facultad. Los alumnos de ahora sólo se interesan en pasar las materias cómo sea y poder conseguir el título”, “Las deficiencias de la facultad le permiten a los alumnos recibirse sin saber hacer bien cosas elementales como construir o diseñar y es por eso que ya muchas empresas, y me consta porque lo he visto, ni se molestan en leer los currículums de los arquitectos de la UNAM. Sólo los recopilan y los tiran a la basura” y “No estás solo en esto, te voy a ayudar”.

Al día siguiente me invitó a asistir de oyente a una de sus clases y al finalizar me dijo que iba a hacer todo lo posible por cambiar la situación y lograr que mis maestros “se pusieran las pilas”. Sin embargo, yo ya había tomado una decisión: Ya no quería darle más oportunidades ni seguir insistiendo en la UNAM. Ya había sido suficiente. Decidí que no iba a renunciar a mi sueño de ser uno de los mejores y más exitosos arquitectos del país y que, aunque no sabía cómo o dónde, iba a encontrar otra opción para realizar mis estudios. Gracias a este profesor y varias sesiones de terapia en el Instituto Mexicano del Psicoanálisis (el cual recomiendo ampliamente), mi tristeza desapareció y mi motivación regresó. Dejé de sentirme culpable por haber insistido tanto en querer estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México y haber sólo encontrado decepciones y gastado tiempo y dinero de mis padres. Dejé de ver lo malo del pasado y comencé a ver hacia adelante.

Así pues, concluye mi relato sobre lo vivido en la UNAM. Espero esto le sirva a los estudiantes de bachillerato que se encuentran en una situación similar a la mía y puedan ampliar su panorama y analizar todo tipo de opciones. Repito: no estoy diciendo que la UNAM sea una mentira, una porquería ni mucho menos. Simplemente estoy contando lo que a mí me tocó vivir y que quizá sea muy diferente a lo que otras personas han experimentado en la misma universidad.

Si bien sólo he hablado negativamente hasta ahora de ella, aprovecho para resaltar sus virtudes: Las bibliotecas están fuertemente enriquecidas con cantidades impresionantes de libros de calidad, ofrece una importante cantidad de intercambios gratuitos a casi cualquier parte del mundo, cuenta con un centro cultural bellísimo así como interesantes museos, teatros, salas de conciertos, áreas verdes e instalaciones deportivas. También ofrece muchas facilidades económicas y de transporte para los alumnos como cafeterías y supermercados subsidiados y los servicios del “Pumabús” y la “Bicipuma”, además de contar con sus propias estaciones de metro y metrobús. En pocas palabras, tiene un respaldo cultural magnífico y se preocupa por el bolsillo y el tiempo de la población estudiantil.

Sin nada más que agregar, espero este escrito haya sido de utilidad y agradezco a quienes tomaron un poco de su tiempo para leerlo y piensen en compartirlo.